martes, 10 de marzo de 2015


VIVIR EN O PELOURO, LA EXPERIENCIA DE JOSÉ CONTRERAS 

        En esta entrada os hablaré de O Pelouro según la visión del autor José Contreras, el cual considera que hay que vivirla para poder entenderla. Bajo esta consigna nos acercamos a una escuela singular sin horarios, ni asignaturas, ni clases o grupos, ni actividades fijas.

            O Pelouro es una escuela que no parece lo que convencionalmente nos hemos acostumbrado a entender por tal. Ni por sus espacios, ni por el tipo de niños y niñas que conviven en ella, ni por la forma en que se relacionan entre ellos, independientemente de su edad y de sus características personales; ni por el tipo de presencia y de intervención de los adultos, ya sean profesores u otros adultos que colaboran con la escuela o que trabajan en ella, ni por el tipo de actividades que se desarrollan allí, ni por la forma en que transcurre el tiempo, ni por el ambiente que se respira. 

          Juan Rodríguez de Llauder y Teresa Ubeira, sus creadores, conciben la escuela como el lugar de la infancia, el territorio del niño, de todo niño. Y cuando decidieron crear ésta, hace ya más de treinta años, no se atuvieron a ningún estereotipo ni idea preconcebida; simplemente hicieron aquella escuela que pensaban que tenía que ser, aquella que soñaban para todo niño y también para sus hijas.

         Los casi cien alumnos y alumnas conviven y participan conjuntamente en múltiples actividades. Eso significa que, en un momento determinado, puede haber un grupo en actividades de informática, en donde hay niños de 8 ó 9 años, junto con alguno de 11 y un autista de 20. O que a la hora de preparar el salón para la comida pueda haber igualmente críos de unos 8 años con autistas de 9 y 18 años, dos niños de 9 años con microcefalia, más un niño sordomudo y con trastornos del desarrollo. 

         Unos veinte o treinta niños y niñas son residentes y se quedan a dormir de lunes a miércoles (la escuela sólo funciona de lunes a jueves), aunque en realidad la cifra es habitualmente más alta: siempre hay no residentes que pasan la noche en la escuela. El ambiente de las tardes-noches se parece al de un hogar de una familia, en este caso, hipernumerosa. 

         Fuera de las horas de comida, y de llegada y salida del autobús, en O Pelouro no hay horario, ni asignaturas, ni grupos, ni actividades fijas. Tan sólo se sabe que, a eso de las diez, cuando llega el autobús, en condiciones normales, todos se reúnen en asamblea. Pero ya no se sabe más.


        Dependiendo de los días y de las circunstancias, tanto puede pasar que en media hora todos estén ya por los distintos espacios efectuando sus tareas, como que la asamblea se alargue dos horas por algún motivo. Tanto puede ser que unos grupos se formen espontáneamente en función de sus intereses, como que Teresa los reestructure según dinámicas grupales diversas. Tanto puede ser que un grupo se pase unos cuantos días trabajando sobre un tema específico, como que se cree un grupo, por ejemplo, para repasar matemáticas, a partir de la demanda concreta que hagan los niños y niñas. Tanto puede ser que se formen grupos homogéneos por edad y características personales, como que se formen grupos mixtos. Tanto pueden ser grupos con algún adulto, como que algunos niños hagan alguna tarea de forma autónoma.

       No, no hay desorden. Es otro orden. La armonía que se percibe refleja que aquí el tiempo funciona de otra manera: se dilata o se contrae, se para o se acelera en función de la situación, de la necesidad, del placer, de la oportunidad o de la posibilidad. La placidez y la seguridad con que discurren las personas por los lugares y con que todos se ocupan en algo rápidamente revela un orden que es en parte planificación, previsión y provisión diligente, pero que es también ya un orden interior por el que cada uno ha hecho suyo un ambiente y un modo de hacer ligero y tranquilo.

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